martes, 20 de febrero de 2018

Confesiones de una chica de rojo. Lilian Elphick.

Lo conocí cuando paseaba por el bosque de Chinaski. Había recogido muchas setas cuando él apareció entre unos matorrales: ―¿Qué hace una chica como tú en un lugar como éste? La pregunta era vulgar, un lugar común, sin embargo, me gustaron sus ojos de inquietante negro. Imaginé de inmediato la escena: Wolf tomándome por la cintura y dando enormes lengüetazos a mi cuello. Le mostré el canasto repleto de sabrosas amanitas. ―Podemos ir a tu casa y flambearlas con vino blanco, propuse. Wolf sonrío y dejó asomar un colmillo: ―No, querida, ésas son venenosas. ¿Venenosas? No tenía idea. Las lancé lejos y me desnudé, aterrada de que mi ropa estuviera contaminada. ―Quédate con la capa, te lo ruego, suplicó, con voz aguardentosa. Le hice caso.
Señor Wolf, debo confesarle que…
¿Sí? Dime, criatura encantadora.
Pues, que me da vergüenza…, cometí una imprudencia, dada mi naturaleza vehemente.
Pero, ¿de qué se trata?, rugió, lleno de deseo. Sus garras casi arañaban mi piel.
Bueno, sacié parcialmente mi deseo con el más grande de todos aquellos nefastos hongos. Y ahora moriré. ¡Qué tonta he sido!
Él se rió a carcajadas, sopló y sopló y mi pelo desordenó. Nos besamos con pasión de callejeros. El bosque de Chinaski se cerró sólo para que nosotros pudiéramos amarnos mejor. Hizo bien su trabajo. Al poco rato, la lengua se le hinchó y le brotaron unas pústulas violáceas. Cayó al suelo echando espuma hasta por las orejas.
Ah, Wolf, aún crees en los cuentos de hadas ―apuré, mientras le afanaba la billetera, el reloj y los elegantes zapatos de cabritilla.

Confesiones de una chica de rojo. Lilian Elphick. 2014.
 

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